sábado, 15 de enero de 2011

El silencio, Zelarayán y los corales

Silencio, tesoro que sólo saben administrar las mentes clarividentes, los corazones certeros. En navidad, concierto de villacincos de las Clarisas de Valdemoro. ¡Emocionante, límpido. sencillo!. Tejieron una acción de cánticos y silencios. Rebosaba la capilla del caserón renacentista. Tras las voces, pausa en la que los asistentes no sabían qué hacer. Luego, algunos confesaron que sentían inquietud, desazón. ¿Qué hacer con una sociedad que no sabe conjugar el silencio, que teme a unos minutos en los que preguntarse algo?
Ha muerto Ricardo Zelarayán, esquivo y dulce cantor de la Salina, marginal aedo de la roña criolla. Salol secluso. Hontaneda. Salmo sincopado, etna que despertaba a jirones arrojando la lava de una música áspera, feraz, feroz. Nadie sabía que tenía 89 años, pero cantaba como un rapero enamorado del hielo, urgido por el fuego adolescente. Argonauta editó, en 2009, su poesía reunida, bajo el rubro de "Ahora o nunca". Sólo publicó cinco libros: una suerte de mito, secluso, estuoso, oculto, de culto, para la generación de los 90. Ácido, huraño, entero, distante, mélico, falena y flor de sed, huyó del poeteo y los poetas oficiales.
Los corales se mueren, las heces nos desbordan, el hombre se hunde. ¿A quién iba a importar el silencio de las Clarisas, la voz de esparto y cristal del marlo Zelarayán, los corales?. Alimento y refugio, rojos labios abisales, linternas bermejas o luz negra, en un ecosistema. Necesarios. Como la poesía, el pensamiento, la sonrisa de las aguas y la inocencia de la primavera. En una sociedad tan inculta, tan en desbandada, tan ultramontana como la española, no caben ciertas lindezas, pero insistiré. "Porque para vivir hay que soñar", escribe Zelarayán, pag 18 de lo antología citada. Más, con esta joya de Lautréamont, termina su ambicioso poema "La Gran Salina": "Toda el agua del mar no bastaría para lavar/una mancha de sangre intelectual". Los intelectuales(?) ya no sangran, son una herida que supura sin remedio. Estirpe vergonzante que ha dimitido, manipulando la realidad, mientras limosnea agasajos, monedas, una consideración de izquierdas, en el culmen de su desprestigio, en la plenitud de su nadidad.
Felipe de Guevara

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