domingo, 16 de enero de 2011

ACERCA DE RICARDO ZELARAYÁN

La actitud crea necesidad de conocer, asimilar, pensar para conducrise. Ponderación de juicio, inteligencia diáfana para definir con idoneidad. Tras la muerte de Ricardo Zelarayán(Paraná 21.x.1922-BsAs 29.xii.2010), muchos desfases de apreciación y osadías adunia. Libertad y justicia, en somo; pero, porque todo es posile, para un liberal no todo está permitido.
Zelarayán, entre nopal y peyote, sombra de nieve que cruzó la gran Salina, en lampomaquia de ampos, creando esteros de luz desasosegada y electrizante. Articuló fragmentos y la roña criolla, vertebrando alfaguaras de particularidad, donde medra la síncopa, la ortiga, la lucidez, la arbitrariedad, el jazmín, el vómito y el trino del diablo.
Delicioso poeta a ráfagas, duro de risa fácil, áspero querencioso, amargo dulce, que deja melodías de Ravel en una partitura de Arthur Honegger. Siempre se quedó escaso, lo que es de agradecer, en este tiempo de incontinencia de los estultos. Cinco libros: La obsesión del espacio, 1973; Traveseando, 1984, deliciosos cuentos infantiles; La piel de caballo, 1986; un opúsculo sobre Erik Satie; Roña criolla, 1991; Lata peinada, 2008. Y poemas en hojas volanderas.
Eso bastó para hacerse un autor de culto, muy desconocido. En España, vegonzosamente ignorado. Despreció el baboseo editorial, eso le honra; se apartó todo lo que es posible retraerse en la era de internet. Heredero y admirador de Macedonio, su testimonio siempre desafiará el olvido. Para quienes tienen sed, agua clara; para los que sólo desean beber, un brebaje casero de sabores mezclados y aromas salvajes. Cuando la cultura se depura sufre un efecto multiplicador; lo mismo sucede con el desprecio y la ignorancia.

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